26-9-10
· Tras 25 años de discusiones, la reforma de los quioscos de la Rambla se resuelve con un espantoso juego de manos
Llevamos años manoseando la Rambla de Barcelona, encaminando su belleza estructural, la carga de identidades y la fuerza de aglutinación social no hacia la obtención de un escenario urbano confortable y digno, sino hacia un circo artificial de incongruencias torpes y asquerosas. El último episodio es el de los nuevos quioscos de comida, bebida y fetiches turísticos en el tramo hasta el momento ocupado por la venta de animales.
Hace ya tiempo que perdimos la eficacia de ese elogio romántico y noucentista: la Rambla es el paseo de los libros, las flores y los pájaros. Los tenderetes de este tipo de comercio eran, al principio, casi espontáneos, pequeños y discretos, hasta que su proliferación obligó a ordenarlo y diseñarlo. Primero fueron los puestos de prensa y libros. El proyecto de los arquitectos Pep Alemany y Enric Poblet resolvió muy bien el problema: una estructura ligera que parecía casi improvisada y que se integraba en la ligereza y la improvisación del espacio público. Quizá ha habido algunos errores, pero, en general, la operación acreditó la marca de Barcelona como ciudad de buen diseño. Los quioscos ganaron el premio FAD en 1972.
El segundo intento fue el de las floristas. Tras discusiones y dudas se propuso el modelo del arquitecto Tonet Sunyer, premiado en un concurso de 1991: una solución admirable por la funcionalidad y el gesto expresivo de su estructura. Desgraciadamente, solo una floristería construyó el nuevo quiosco porque las demás se resistieron argumentado un coste excesivo. Debe subrayarse, pues, el testimonio de cultura y ciudadanía de la parada Carolina, en medio de la tacañería de los demás. Algún día -si las cosas cambian—podremos volver a utilizarlo como modelo generalizable.
Finalmente, llegó el momento de los pájaros. El arquitecto Moragas Spa ganó el concurso de proyectos de 1997 con unos cubículos que se plegaban y desplegaban para no ocupar demasiado espacio ni cortar perspectivas visuales. Esta solución aseó más o menos todo un tramo de la Rambla, pero, al cabo de un tiempo, algunas deficiencias y muchos abusos -de los comerciantes y del público vandálico— acabaron por degradarlo y convertirlo en un escaparate escandaloso del maltrato a animales enjaulados como simple mercancía. La solución que se está adoptando ahora no ha sido la mejora de estas condiciones, ni la imposición de orden y limpieza, ni la exigencia de buena educación cívica, ni los nuevos criterios en el trato a los animales, sino la sustitución de los puestos por una sucesión de tinglados monstruosos que, en lugar de mostrar pájaros encerrados, exponen cocas barcelonesas, helados adocenados, viandas apresuradas, suvenires de barretina, como desechos de una fiesta mayor. Tras 25 años de pruebas y discusiones sobre el diseño de los tenderetes de la Rambla -con resultados quizá discutibles, pero meritorios- ahora el ayuntamiento lo ha resuelto con un espantoso juego de manos. Ha encargado a no sé qué profesional unos chiringuitos asquerosos, insultantes, inciviles, que acabarán destruyendo los paisajes aún válidos de la Rambla y que demostrarán que esa Barcelona ilusionada por el diseño, la dignidad del espacio urbano, el tono civilizado de la ciudad, ha muerto aplastada de tristeza, aburrimiento, mal gusto e incivilidad. ¿Quién ha proyectado esos adefesios? ¿Qué político o gestor se ha atrevido a insultarnos en el corazón de la Rambla? ¿Qué tienen que decir a ello las numerosísimas organizaciones del ayuntamiento, las comisiones que presumen de fiscalizar la calidad del paisaje urbano, el respeto al patrimonio, las piezas artísticas en el ámbito público? ¿Y qué dicen los técnicos responsables, una vez perdido el orgullo del trabajo bien hecho, callados todos bajo la nebulosa del mal gusto y la incivilidad?
Y esta nebulosa amenaza con cubrirlo todo. Lo constataba hace poco viendo por televisión el festival artístico de la Ciutadella con motivo de la Diada Nacional, seguramente uno de los espectáculos más tediosos e inocuos que ha ofrecido el catalanismo institucional. En lugar de crear un ambiente de innovación, de entusiasmo hacia el futuro, en lugar de afirmar la alegría y la exigencia de ir adelante, todo eran referencias nostálgicas que en nada influían en un público pasivo, ajeno y frío pese a la solanera infernal.
¿Qué fue de ese entusiasmo que hace poco apoyaba la manifestación del Nosaltres decidim? ¿Y de aquellos que en la transición clamaban la alegría de la democracia y la afirmación nacional? Parece que hemos dejado de ser gritones, revolucionarios y sarcásticos -como en la época del Diguem no- ahora rendirnos al conservadurismo del folclore. ¿No es el mismo aburrimiento, la misma tristeza y falta de ímpetu que vemos en los chiringuitos de la Rambla? ¿Es este aburrimiento general lo que contamina los partidos políticos cada vez más aburridos? ¿O, al revés, es la política sin nervio la que nos amodorra a todos?
El Periódico
Oriol Bohigas
Arquitecto.
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