• El Eixample ha demostrado a lo largo de un siglo y medio una gran eficacia y apertura a la modernidad
Cabe subrayar un hecho significativo en la apreciación ciudadana del plan. Como todo el mundo sabe, en la época de su aprobación tuvo que soportar la oposición de un sector de barceloneses que mantuvieron una larga polémica y que luego se esforzaron por introducir modificaciones según criterios económicos, sociales e, incluso, políticos. Sin embargo, los barceloneses se sienten ahora orgullosos de Cerdà, y aprovechan cada ocasión para homenajearlo como es debido. Solo es necesario recordar la exposición de 1959 con ocasión del centenario de la muerte del ingeniero. Se celebró otra en 1994 –Urbs i territoriSEnD, que aportó una serie de nuevos documentos sobre la génesis teórica y práctica del proyecto. Se han hecho otras exposiciones y se han desarrollado muchos estudios, entre los que está la reedición de la Teoría general de la urbanización (1971), que dirigió Fabián Estapé, acompañada de la primera gran biografía de Cerdà.
Quizá, pese a tantas aportaciones interesantes, no ha sido suficientemente estudiado este fenómeno de vaivén entre rechazo y entusiasmo. A menudo, para explicarlo se alude simplemente a la tacañería de la burguesía catalana y a su oposición a la modernidad. Pero el tema es más complejo, incluso en términos políticos. Buena parte de esta burguesía aspiraba a un futuro urbanístico de Barcelona según la imagen que tenía de las grandes capitales europeas, concretamente París y Viena, que en ese mismo momento estaban construyendo una reforma y un ensanche con criterios de expresividad monumental en la arquitectura y la red viaria representativa. Aparte de otras consideraciones económicas –y especulativas, hay que reconocerlo– sobre la gestión de las cuotas de edificación y los cambios catastrales, estaba la defensa de una imagen de capital europea más tradicional que no se ajustaba a los modelos cuadriculados de las nuevas ciudades americanas. A la idea de Cerdà de la homogeneidad social y formal oponían, en cierto modo, la jerarquización y la representación. Esta era la actitud, por ejemplo, de Puig i Cadafalch y de muchos prohombres de la Lliga Catalanista a comienzos de siglo, y esa fue la base del Plan Jaussely que debía afrancesar el americanismo del Plan Cerdà. En realidad, pues, además de los problemas económicos y de gestión estaba la discusión sobre dos formas de hacer urbanismo, una discusión que, con distintas fórmulas, ha llegado hasta hoy. Taparlo con el argumento de la tacañería y el conservadurismo de las clases dirigentes de Catalunya en contra del pretendido progresismo del Gobierno liberal de Madrid que impuso el plan es una visión sesgada y un olvido del esfuerzo de los ciudadanos de Barcelona –burgueses y trabajadores– en toda la operación que empezó con el derribo de las murallas y siguió con la realización del Eixample, en lucha permanente contra las limitaciones y la ignorancia del Ejército y los gobiernos españoles.
Sea como fuere, y pese a las dudas que puedan plantearse, el Eixample ha demostrado a lo largo de sus 150 años una gran eficacia y una apertura a los vaivenes de la historia y a las exigencias de la modernidad. Esto se demuestra en las dos exposiciones que comentamos y, sobre todo, en los textos y documentos que se recogen en los dos catálogos, que a partir de ahora se suman a la bibliografía de Cerdà de altísimo nivel. Entre los dos se articula una síntesis y una interpretación conceptual de todo el periodo de construcción y emergencia de la gran ciudad industrial, una profunda historia de Barcelona. Hay que añadir también un tercer libro publicado estos días: La Barcelona de Cerdà, recuperación de unos textos escritos por el grupo de arquitectos que dirigía la revista 2C. Construcción de la Ciudad en los años 70 y 80, y que fueron unos pioneros en el estudio y la reivindicación de Cerdà después de los años de indiferencia o contraposición.
Oriol Bohigas
Arquitecto
martes, 19 de enero de 2010
El Plan Cerdà, 150 años después
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